Hace unos días tuve la posibilidad de conocer a un crítico musical español. No diré el nombre, por aquello de que Internet es un pueblo, pero el tipo, para cualquiera que lea prensa musical, es bien conocido.
Desde el punto de vista humano me pareció una persona fantástica: simpático, atento, buen conversador, y una enciclopedia del rock con patas: quién fue el productor de aquel mítico disco, quién sustituyó al bajista de aquella banda extranjera en su gira por España en el 86, cuántas versiones se han hecho de esa canción de los 60...y todo ello aderezado con ciertas dosis de cotilleo, que siempre son de agradecer.
Pero la cosa empezó a flaquear en el momento en el que empezamos a poner nuestros gustos sobre la mesa, aflorando entonces el tópico del crítico elitista: X no hacen un buen disco desde que se vendieron a una multi, Y son un grupo de pachanga, Z no son un grupo de rock porque les gustan a las quinceañeras.
Cierto es que también hubo palos para algunos totems del indie, pero al final todas sus argumentaciones se reducían a un simple "es mi opinión, a ti no tiene porqué gustarte". Lo que me sorprendió de todo esto es que al final el crítico no es más que un fan de la música cuya única diferencia con el resto de los mortales es que cobra por ello, pero sin disponer de un lenguaje ni de un discurso mucho más elaborado que el que podemos escuchar en una barra de bar a las 3 de la mañana. Me dio la sensación de que este crítico tenía idealizado un tipo de rock y todo lo que saliese de él, o le parecía una mierda o no le interesaba. De melómano poco.
Más allá del gusto musical de cada uno, del crítico se espera una argumentación sólida, ponderada, que vaya más allá de la anécdota y de la memorización de datos.
Me parece que espero demasiado.
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